Los efectos de la caída sostenida de los flujos de capital hacia las economías emergentes están siendo menos adversos que en las décadas de los años 1980 y 1990, pese a que la corrección fue drástica a lo largo de 2015. Hasta ahí lo positivo. El Fondo Monetario Internacional no oculta, sin embargo, su preocupación por un fenómeno que por su duración y magnitud –la tercera mayor retirada de capital en tres décadas- puede provocar una crisis de deuda.
El éxodo de efectivo comenzó poco después de 2010, aunque hay debate aún sobre la fecha precisa. Tomo cuerpo cuando la Reserva Federal indicó un cambio de estrategia monetaria en 2013. Lo que si está claro es que el fenómeno afecta a dos tercios de las 45 economías en el grupo de los emergentes, “sin importar su tamaño”. “No se limitó solo a los BRICS –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica”, insiste el documento que se presentará en la cumbre de primavera.
Los países emergentes se convirtieron durante la pasada crisis en un polo de atracción para los inversores y el riesgo. Buscaban sacar tajada así a las mayores tasas de crecimiento de esas economías. La situación ahora es diferente, porque China, Rusia y Brasil ya no tienen esa primera para los inversores de Europa y EE UU. Eso está provocando que el flujo del dinero cambie de sentido y rápido, como revela el estudio del organismo que dirige Christine Lagarde.
El FMI calcula el éxodo de capital en 1,12 billones de dólares desde 2010. Más de la mitad corresponde a China y Rusia, en este último caso por el efecto combinado de la debilidad económica, las sanciones internacionales y el desplome de las materias primas. Si hace cinco años estos flujos representaban el 3,7% del PIB de los emergentes, ahora las salidas equivalen al 1,2% y eso lastra a la economía global.
Esta última desaceleración, a diferencia de las pasadas, no está vinculada crisis externas. Eso, en principio, hace suspirar a los técnicos del FMI. Pero hasta cierto punto, porque el fenómeno plantea numerosas cuestiones a la hora de entender su naturaleza y los efectos que puede tener en el perfil de crecimientos de los países afectados, en el sistema financiero global y en el mercado de las materias primas.
La principal explicación, esta vez, es el deterioro de las perspectivas económicas de los mercados emergentes. El FMI publicará el martes sus proyecciones globales. El hecho de que esta vez el efecto de la moderación en los flujos de capital no sea tan dramático se debe a que las economías de estos países están financieramente más integradas, disponen de mayores reservas y de carteras más diversificadas.
El efecto en cada país lo determinarán factores estructurales y las políticas internas que se adopten para amortiguar el golpe. El FMI insiste por eso que los países “no pueden ser meros observadores pasivos” de lo que pasa en el sistema financiero. La reducción de la deuda, una gestión prudente de las reservas de divisas y la flexibilidad en el cambio contribuyen a limitar los riegos.
Las depreciaciones cambiarias, por ejemplo, pueden contribuir a amortiguar el impacto cuando los ajustes son ordenados. También ayuda que haya menos deuda denominada en moneda extranjera. Por este motivo, los expertos emplazan a los países potencialmente más expuestos a seguir reforzando las medidas adoptas, también pensando en atenuar o contener los contagios entre países.
En otro capítulo del informe, el FMI hace un análisis de los efectos de las reformas estructurales que están adoptando las economías avanzadas para elevar a medio plazo el crecimiento potencial y la creación de empleo. La debilidad económica, admiten los técnicos, hace difícil que se materialicen sus beneficios a corto plazo, sobre todo en el ámbito de las reformas que afectan al mercado laboral.
La mediocre recuperación tras la última crisis financiera preocupa a los expertos y la previsión es que las bajas tasas de crecimiento persistan aún unos años. Es un proceso que comenzó en cualquier caso a comienzos del nuevo milenio, lo que según el FMI sugiere que hay factores estructurales que están haciendo de freno. El margen de acción macroeconómico es reducido, especialmente en la zona euro.
Por este motivo, el organismo financiero con sede en Washington considera necesario reforzar las reformas y establecer con cuidado un orden de prioridad y secuencia de ejecución con la esperanza de que generen la confianza necesaria para reforzar la demanda agregada. Estas medidas deben ir apoyadas por estímulos fiscales que “alivien a corto plazo los costos de algunas reformas del mercado laboral”.
El FMI propone, por ejemplo, que se reduzca los impuestos que se aplican al trabajo y que se eleve el gasto público. También se recomienda que se reduzcan las barreras a crear nuevos negocios en el sector servicios. Los bajos tipos de interés y las medidas no convencionales de estímulo no son suficientes para dar el tirón que necesita la economía para superar este crecimiento mediocre.