Recientemente se informó que la economía japonesa se contrajo en el cuatro trimestre de 2012: caída de las exportaciones y de la inversión empresarial, a pesar de una ligera mejora del consumo privado. De ahí que el nuevo gobierno nipón haya aplicado un nuevo experimento keynesiano: estímulos monetarios y fiscales así como una depreciación muy fuerte de la moneda para apuntalar las exportaciones.
El crecimiento real promedio del PIB japonés fue de 4.6% entre 1980 y 1990, los años en que se infló la burbuja. Posteriormente el crecimiento se redujo a sólo un 0.7% anual entre 1993 y 1999 (eliminando los años de la crisis 1991-1992). Después de la recesión de 1998-1999, el crecimiento anual medio mejoró el 1.5% entre 2000 y 2007, esto es, el doble de la tasa de la década de los noventa pero todavía muy debajo de la burbuja de los años ochenta. Finalmente, en los últimos cinco años la economía japonesa se ha contraído un promedio de 0.2% anual.
Lo que se observa es que en la década del 2000 el capital japonés había descontado suficiente capital, tanto tangible como ficticio y los bancos estaban en mejores condiciones para prestar de nuevo: a costa de una década perdida de ingresos y empleo para su población en la década de 1990, que culminó con la grave crisis deflacionista de 1998.
No obstante, es poco probable que esta fórmula funcione al día de hoy. Japón no sólo tiene aún grandes deudas, menor rentabilidad capitalista y una población en declive. El capital debe entonces explotar la mano de obra más intensamente o invertir cada vez más en nuevas y caras tecnologías para tratar de elevar la plusvalía relativa y aumentar la rentabilidad.
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