Introducir un cambio de la dinámica del comercio estadounidense con el mundo y, especialmente, con China, México y Canadá fue una de las más poderosas promesas de campaña que llevó a Trump a la presidencia de EEUU. Sin embargo, hasta el segundo trimestre de su mandato, el tema no se ha resuelto e, incluso, la postura no se ha definido por completo, no obstante, su postura antiglobalizadora-unilateral “América First”.
A medida que la globalización, la apertura de mercado y el encadenamiento internacional de la producción se han intensificado, desde 1980, la competencia de las empresas transnacionales se ha convertido en la competencia de las economías nacionales. Con sus inmensos capitales, la movilidad y flexibilidad de sus procesos de producción, son las empresas trasnacionales las que poseen la fuerza política y económica de crear empleos, impulsar mercados, formar capital y generar crecimiento en economías nacionales y determinar las relaciones entre los países, y no a la inversa. Es por ello, que pese al sufrido 0.7% de crecimiento del PIB de EEUU del primer cuarto del año, se espera, para el segundo trimestre, un repunte del crecimiento a un ritmo anual del 3.9%.
¿Por qué ha mantenido EEUU, desde la década de los ochenta, un creciente déficit comercial con el resto del mundo? El déficit externo se ha convertido en una constante de su política económica, lo cual implica inyectar dólares al resto del mundo y depreciar el valor de su moneda. Este fenómeno resulta en una creciente exportación de capitales productivos (IED) y flujos de corto plazo hacia países con mayor desregulación laboral y menores costos de producción, así como juegos de arbitraje en los mercados de valores, en los cambiarios y en los mercados de commodities. De otro lado, las cadenas globales de valor fruto de la IED resultan para Estados Unidos en un aumento en la importación de bienes y servicios comparativamente más baratos y mejores, incluidos los bienes intermedios. Por estas razones tienen esos inmensos déficits desde los años 80. Pero las razones de Estado no son las razones de las trasnacionales.
El Tratado Trilateral de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), firmado en 1994 entre EEUU, Canadá y México, ofreció a EEUU y a sus empresas transnacionales la capacidad de deslocalizar la producción y construir cadenas globales de valor subregionales, así llamadas líneas de producción compartidas. El TLCAN, según Trump, ha sido el culpable de la desindustrialización, el creciente desempleo y los bajos salarios estadounidenses. No toma en cuenta que se firmó para beneficio de las trasnacionales estadounidenses y en perjuicio de la industria y agro mexicanos; la consecuencia ha sido la migración masiva del campo mexicano hacia EEUU a partir de entonces.
El informe de la Oficina de Estadísticas Laborales de EEUU, publicado en abril de 2017, mostró un incremento en el número de empleos de 211,000 y una reducción de la tasa de desempleo a 4.4% de las PEA. Mostró igualmente que los salarios promedio por hora aumentaron en 65 centavos en el mismo periodo. Debemos recordar que hay una reducción de la oferta laboral, en parte, por la creciente detención de migrantes a partir de enero y por las constantes amenazas de la construcción de un muro fronterizo que divide mercados laborales contiguos. Es decir, con menos oferta laboral y la misma demanda el impacto real del crecimiento salarial es de 0.03% en el periodo abril 2016 a abril 2017. Éste será el flanco débil de Trump.
La política estadounidense para reactivar la economía y recuperar el nivel de empleo se propone mediante el aumento del gasto público en infraestructura y defensa mientras se restringe la movilidad laboral. Sin embargo, esta política puede tener un efecto contrario y estimular la fuga de empresas al exterior. La medida clave de compensación a las empresas por el alza salarial es la propuesta de Trump de reducir la tasa de los impuestos a las utilidades corporativas del 35% al 15%. Su política fiscal pretende reactivar el crecimiento y aumentar la competitividad de las empresas, aunque disminuye ingresos fiscales lo que compensa con el desmantelamiento de los servicios sociales. Es una política de concentración del ingreso muy marcada.
Una política adicional para impulsar el crecimiento económico y el empleo es el cambio en los términos del TLCAN. Este tendrá consecuencias sobre todos los países que tengan acuerdos de libre comercio con EEUU, que son: Colombia, Perú y Chile, Centroamérica y República Dominicana. Donald Trump, después de calificar al TLCAN como desastroso para su país, iniciará las renegociaciones formales del acuerdo comercial con sus socios México y Canadá en agosto de 2017. De acuerdo con el representante comercial de EEUU Robert Lighthizer, los principales términos a renegociar serán: comercio digital, propiedad intelectual, medio ambiente, asuntos laborales y una cláusula del tipo de cambio. Previsiblemente no hay nada referente a los impuestos fronterizos ni a las remesas. Las empresas ya le hicieron saber que eso no se toca. Lo más peligroso es congelar los tipos de cambio y dolarizar la región como desean.
De esta manera, más que una renegociación del TLCAN, lo que se vislumbra son adiciones a la estructura original del tratado, en la que se reproducirá la misma estructura subordinada para México y Canadá. Sin embargo, el discurso proteccionista de Trump sí le abre la posibilidad a México, y a toda América Latina, de repensar la estructura de su base productiva y sus relaciones económicas internacionales. Brinda la oportunidad también para mirar cuán subordinado está el aparato político a la voluntad transnacional y la estructura económica nacional a la producción internacional y el mercado mundial y quizás reaccionar frente a esto.
[1] Oscar Ugarteche, Investigador titular Instituto Investigaciones Económicas UNAM, miembro del Sistema Nacional de Investigadores, coordinador Proyecto Obela
Myrsia Eliany Sánchez, proyecto Obela
Armando Negrete, webmaster proyecto Obela