MÚNICH – A medida que escala la pandemia del COVID-19, los riesgos inherentes en las cadenas de suministro globales son más evidentes que nunca. En lugar de esperar un retorno a la actividad habitual, con las actividades industriales concentradas en países donde la mano de obra es barata y abundante, las empresas de las economías avanzadas están virando su atención a los trabajadores con los salarios más bajos de todos: los robots.
Las empresas empezaron a reubicar la producción en países con salarios bajos a principios de los años 1990, ayudados por la caída de la Cortina de Hierro, la integración global de China y su eventual acceso a la Organización Mundial de Comercio y el crecimiento de la contenerización. El período entre 1990 y la crisis financiera global de 2008 ha sido definido como una era de hiperglobalización en la que las cadenas de valor globales representaban alrededor del 60% del comercio global.
La crisis financiera y económica global de 2008 marcó el comienzo del fin de esta era de hiperglobalización. En 2011, las cadenas de valor globales dejaron de expandirse. No han vuelto a crecer desde entonces.
Este cambio estuvo motivado por la incertidumbre. De 2008 a 2011, el Índice de Incertidumbre Mundial –creado por Hites Ahir, Nicholas Bloom y Davide Furceri- aumentó un 200%. En comparación, durante el brote de 2002-03 del síndrome respiratorio agudo severo (SARS), el Índice aumentó un 70%. Después que el Reino Unido votó en 2016 para abandonar la Unión Europea, subió un 250%.
Cuando la incertidumbre aumenta, las cadenas de valor globales sufren las consecuencias. Con base a datos pasados, se puede predecir que un incremento del 300% de la incertidumbre –como parece probable que produzca la pandemia del COVID-19- reduciría la actividad de las cadenas de suministro globales un 35,4%. Las empresas ya no consideran que el ahorro de costos de la externalización valga la pena el riesgo.
En un momento en que adoptar robots es más barato que nunca, el incentivo para repatriar la producción es aún más fuerte. La aritmética es simple. Una empresa, digamos, en Estados Unidos tendría que pagarle a un trabajador norteamericano mucho más que, por ejemplo, a uno vietnamita o de Bangladesh. Pero un robot radicado en Estados Unidos no exigiría salarios, mucho menos beneficios como seguro de salud o licencia por enfermedad.
La inversión en robots no es nada nuevo. Las empresas en economías avanzadas lo han venido haciendo desde mediados de los años 1990, con la industria automotriz a la cabeza, que puede representar el 50-60% del stock de robots de un país. En Alemania –un líder global en adopción de robots- la cantidad de robots cada 10.000 trabajadores en la industria era de 322 en 2017. Sólo Corea del Sur (710 robots cada 10.000 trabajadores) y Singapur (658 cada 10.000) tienen una relación más alta. Estados Unidos tiene 200 robots cada 10.000 trabajadores.
En verdad, cuando estalló la crisis de 2008, algunos países, como Alemania, ya tenían suficientes robots como para minimizar la importancia de los costos laborales en la producción. Muchos otros, ayudados por la marcada caída post-2008 de las tasas de interés en relación a los salarios, impulsaron la adopción de robots y repatriaron un alto porcentaje de la producción.
Lo mismo es probable que suceda hoy. En base a la política monetaria hasta el momento, se puede esperar una caída del 30% de las tasas de interés, en tanto los bancos centrales intentan compensar el daño de la pandemia del COVID-19. Los datos pasados indican que esto podría generar una aceleración en la adopción de robots del 75,7%. (No significará un boom desenfrenado en la adopción de robots, porque la creciente incertidumbre también disuade la inversión).
Esta tendencia se concentrará en aquellos sectores que están más expuestos a las cadenas de valor globales. En Alemania, eso significa equipamiento para autos y transporte, electrónica y textiles –industrias que importan aproximadamente el 12% de sus insumos de países con bajos salarios-. (En general, la economía alemana importa el 6,5% de los insumos que utiliza).
A nivel global, las industrias donde está teniendo lugar la mayor actividad de repatriación son las de productos químicos, productos metálicos y productos eléctricos y electrónica. La industria química se destaca como la industria que más repatriación lleva adelante en Francia, Alemania, Italia y Estados Unidos.
Esta tendencia plantea una amenaza importante para los modelos de crecimiento de muchos países en desarrollo, que dependen de una industria de bajos costos y de exportaciones de insumos intermedios. En Europa central y del este, algunos países han respondido a este desafío invirtiendo también en robots. La República Checa, Eslovaquia y Eslovenia (que tienen grandes sectores automotrices de propiedad extranjera) hoy tienen más robots cada 10.000 trabajadores que Estados Unidos o Francia. Y la estrategia parece estar dando resultados: siguen siendo un destino de externalización atractivo para los países ricos.
Los polos industriales de bajo costo en Asia pueden tener un tiempo difícil, especialmente luego de la pandemia. China, que garantizó su ascenso económico estableciéndose como el centro de muchas cadenas de valor globales, enfrentará retos particularmente serios, a pesar de sus planes de virar hacia actividades de mayor valor agregado y de impulsar el consumo doméstico.
Entre el creciente proteccionismo (especialmente en Estados Unidos en la presidencia de Donald Trump) y la pandemia del COVID-19, las economías avanzadas parecen estar preparándose para un renacimiento industrial. Pero si bien esto puede reducir los riesgos para las grandes empresas, probablemente no beneficiará a muchos trabajadores en las economías avanzadas, menos aún en los países en desarrollo de los cuales se está desviando la producción. Por eso, los gobiernos necesitarán implementar políticas adecuadas a este nuevo orden económico.