El auge proteccionista amenaza el pacto de libre comercio entre Europa y EE UU
El acuerdo comercial entre Bruselas y Washington ha caído presa de los miedos que atenazan a la ciudadanía y los líderes políticos titubean a la hora de darle el apoyo final
Corresponsal en Bruselas
Bruselas 7 AGO 2016 - 19:51 CEST
Hace más de tres años que la Unión Europea y Estados Unidos iniciaron la negociación de un ambicioso acuerdo comercial y regulatorio para allanar las trabas a los intercambios entre ambos bloques. Pero el TTIP (tal como se conoce el acuerdo por sus siglas en inglés) ha caído presa de los miedos que atenazan a la ciudadanía a ambas orillas del Atlántico y los líderes políticos titubean a la hora de darle el apoyo final. A tres meses de las elecciones estadounidenses, Washington y Bruselas se disponen a dar el último empujón para encauzarlo antes de que acabe el mandato del presidente Barack Obama. El auge proteccionista y nacionalista que se respira en Occidente augura que no será sencillo.
Antes de llegar a la mesa del consumidor estadounidense, las naranjas valencianas son observadas de cerca por inspectores de aquel país, que se desplazan periódicamente a la Comunidad Valenciana para supervisar el producto. Para reducir este tipo de trabas al comercio la Unión Europea y Estados Unidos negocian un acuerdo entre los dos mayores mercados del mundo.
Todos los dirigentes defienden tácitamente el marco comercial como una fuente de crecimiento y empleo para los dos grandes bloques económicos mundiales. Pero en tiempos en los que las fuerzas proteccionistas están en fuerte auge pocos salen a respaldarlo públicamente y esa actitud empaña las discusiones.
Fuentes diplomáticas de ambos bloques consideran que el pacto se enfrenta al momento de la verdad. Convencidos de que el TTIP morirá si el candidato republicano, Donald Trump, gana las elecciones estadounidenses el 8 de noviembre, los representantes políticos quieren pisar el acelerador este otoño. Si la vencedora esHillary Clinton, el interés por el pacto permanecerá, aseguran esas fuentes, pero el escenario es muy incierto.
Líderes populistas en alza se oponen rotundamente al acuerdo en muchos países occidentales. Voces críticas toman fuerza incluso en las formaciones moderadas. Y varias citas electorales en el horizonte, además de la EEUU, complican el escenario. Especialmente en Francia, porque los socialistas rehuyen un pacto que buena parte de sus bases rechaza antes de las presidenciales de 2017. Pero también en Alemania, donde el rechazo al acuerdo también es fuerte y están previstas legislativas ese mismo años.
Bruselas y Washington concluyeron a mediados de julio una ronda negociadora que esperaban decisiva, aunque los avances han sido más bien limitados. El negociador jefe de la UE, Ignacio García Bercero, consideró “un motivo de preocupación grave” la falta de progresos en uno de los capítulos que más interesan a la UE: el acceso de empresas europeas a contrataciones públicas en Estados Unidos.
“Es importante que los dos grandes bloques mundiales muestren que son capaces de llegar a un acuerdo y se resitúen en el tablero internacional. Eso marcaría posiciones por ejemplo frente a China, con la que la relación se está revelando complicada”, argumenta Inmaculada Rodríguez-Piñero, eurodiputada socialista experta en comercio internacional. Pese a defender el marco general, Rodríguez-Piñero advierte: “No puede firmarse un acuerdo si las posiciones siguen igual en lo que respecta a contratación pública”. La postura del Parlamento Europeo resulta crucial porque su voto es preceptivo para la aprobación del acuerdo.
Para tratar de neutralizar la contestación social al tratado —numerosas organizaciones han alertado del riesgo de que Europa rebaje sus estándares regulatorios si pretende homogeneizarlos con los estadounidenses—, los líderes políticos tratan de hilar una contranarrativa. El secretario de Estado, John Kerry, anunció hace unos días su intención de visitar Europa en las próximas semanas para concienciar sobre las bondades del TTIP. Y la Comisión Europea, encargada de negociar el acuerdo, pone cada vez más el acento en que beneficiaría sobre todo a las 600.000 pequeñas y medianas empresas europeas que ya exportan a Estados Unidos. E insiste en que no habrá rebaja de ambición medioambiental, laboral o alimentaria en el club comunitario si se adopta ese marco común.
Pese a todo, las adversidades no dejan de aumentar. La decisión británica de abandonar la UE, que ha estallado en plena negociación, afecta gravemente al TTIP. Un 25% de las exportaciones estadounidenses van a parar a territorio británico, un porcentaje muy considerable que ahora quedaría fuera de cualquier arreglo que negocien Bruselas y Washington. La desesperación por desencallar el acuerdo llevó a algún alto cargo comunitario a proponer que Londres también participe de él, como socio externo, una vez salga de la Unión. Pero nadie acepta una idea similar.
El otoño tendrá varias fechas clave para dilucidar el futuro del TTIP. Los ministros de Comercio se reunirán el 23 de septiembre en Bratislava (la capital de Eslovaquia, que ejerce este semestre la presidencia rotatoria de la UE) para definir su nivel de ambición. En los días previos, diversas plataformas ciudadanas tratarán de neutralizar los discursos oficiales con una serie de movilizaciones en Alemania. Pocas semanas después, los jefes de Estado y de Gobierno deberán abordar el asunto en la cumbre de octubre. También para ese mes está prevista la próxima ronda de negociación entre Europa y Estados Unidos. La última, previsiblemente, bajo mandato de Obama.