Los medios de comunicación norteamericanos han dado al voto británico contra la permanencia en la UE una cobertura cual si se tratara de populismo “trumpista”, un inarticulado sufragio derechista nacido de la ignorancia de quienes han sido dejados atrás por la política neoliberal de crecimiento económico. La coincidencia de que Donald Trump se hallara precisamente en Escocia promocionando su campo de golf contribuyó a enmarcar la narrativa estadounidense que representa el voto Brexit como un psicodrama “Trump contra Hillary”: rabia y resentimiento populista frente a políticas inteligentes.
Lo que queda fuera de esa narrativa es que hay una buena razón para oponerse a la pertenencia a la UE. La capta bien la consigna de Nigel Farage: “Recuperemos el control”.
La cuestión es: ¿a quién hay que arrebatarle el control para recuperarlo? No sólo a los “burócratas”, sino también a las normas pro-bancos y anti-trabajo incorporadas en los tratados de Lisboa y de Masstricht que configuran la Eurozona. Un alegato nacionalista, pues: “leyes británicas para ayudar al pueblo británico”.
El problema real no es sólo que los burócratas hagan las leyes, sino la clase de leyes que hacen: austeridad pro-banca y anti-trabajo. A los gobiernos nacionales se les ha arrebatado la política fiscal y de gasto público para dejarla en manos de las entidades bancarias. Que insisten en la austeridad y en el recorte de las pensiones y de los programas de gasto social.
Los tratados de Maastricht y de Lisboa –junto con la Constitución alemana— privan a la Eurozona de disponer de un banco central capaz de gastar dinero para revivir la economía europea. En vez de trabajar para sanar la economía y sacarla de la deflación por deuda en que ha caído desde 2008, el Banco Central Europeo (BCE) financia a los bancos y obliga a los gobiernos a salvar de pérdidas a los tenedores de bonos, en vez de condonar los fallidos amortizados.
Encima, los burócratas de Bruselas parecen harto sensibles a las presiones estadounidenses para la firma del TTIP, el neoliberal tratado transatlántico de Obama para el comercio y la inversión. Se trata de un programa inspirado por las grandes transnacionales que busca poner la política regulatoria en manos de esas mismas empresas, arrebatándosela a los gobiernos. Para decirlo claro y pedagógicamente: la política medioambiental y la política de salud pública y de etiquetado de alimentos.
La burocracia de Bruselas ha sido secuestrada no sólo por los bancos, sino también por la OTAN. Se pretende que hay un real peligro de que Rusia proceda a una invasión de Europa, como si algún país del mundo pudiera hoy lanzar una guerra por tierra contra otro.
Esa ficticia amenaza es la excusa para que el 2% de los presupuestos europeos se destinen a comprar armas al complejo militar-industrial estadounidense y a sus socios en Francia y otros países. El belicismo Bruselas-OTAN se usa para pintar a la izquierda como “blanda” en cuestiones de seguridad nacional. Como si Europa se enfrentara realmente a una posible invasión rusa. Quienes se oponen a la austeridad son retratados como agentes de Putin.
La voz disidente ha sido el partido Frente Nacional en Francia. [Marine] Le Pen se opone a la participación francesa en la OTAN con el argumento de que cede el control militar a los EEUU y a su aventurerismo.
Lo que solía ser la izquierda socialista se ha mantenido en silencio ante el hecho de que hay muy buenas razones para que la gente diga que este no es el tipo de Europa de la que quieren formar parte. Se está convirtiendo en zona yerma. Y no puede ser “democratizada”, a menos que se cambien los tratados de Lisboa y de Maastricht en los que se funda y a menos que se elimine la oposición de Alemania a un gasto público que sería la única posibilidad de recuperación para España, Italia, Portugal o Grecia.
A la vista del creciente resentimiento experimentado por los “perdedores” del neoliberalismo –el 99%—, lo que resulta más notable es que sólo los partidos nacionalistas derechistas hayan criticado el neoliberalismo de los EEUU y el TTIP. Los otrora izquierdistas partidos socialistas de Francia y España, los socialdemócratas alemanes, los socialistas griegos, etc., han aceptado el programa neoliberal y pro-finanzas de austeridad y debilitamiento de sindicatos obreros, salarios y pensiones.
He aquí el enigma: ¿cómo es posible que partidos originariamente pro-trabajo se hayan convertido en partidos anti-trabajo?
La corrupción burocrática de todos los partidos con el tiempo
Ibn Khaldun, el filósofo de la historia islámico del siglo XIV, estimaba que todas las dinastías agotan su periplo en unos 120 años, cuatro generaciones. La tendencia es a comenzar con un “sentimiento de grupo” progresista de ayuda mutua. Mas, con el tiempo, las dinastías sucumben al lujo y a la codicia, se corrompen y se hacen fácilmente manejables por los intereses particulares.
Lo mismo cabe decir de los partidos. Todos los partidos identificados con la izquierda en la Era Progresista –los partidos laboristas y socialistas en Europa y los demócratas progresistas en los EEUU— se han desplazado ahora hacia la derecha neoliberal, en la medida en que se han hecho parte del llamado “establishment”.
Es como si los partidos de la izquierda y de la derecha hubieran intercambiado posiciones políticamente. La izquierda socialista no protesta contra la austeridad de la eurozona, sino que la aplaude. Como Tony Blair y Gordon Brown en Gran Bretaña, se han hecho thatcheristas, agentes promotores de la privatización y de los intereses granempresariales.
Al menos el sistema político europeo deja una salida: su pueden formar nuevos partidos para substituir a los viejos y, además, la representación parlamentaria refleja más o menos el sufragio público. Eso es lo que ha permitido en Italia el movimiento Cinco Estrellas, en España a Podemos e incluso, en Grecia, a Syriza: todos con escaños parlamentarios. Su programa es restaurar un gobierno de izquierda, pro-trabajo, capaz de regular la economía a fin de levantar los salarios y los niveles de vida, en vez de chupar extractivamente ingresos para bombearlos a los centros financieros y al Uno Por Ciento.
¿Qué impide en los EEUU la formación de un partido de la izquierda política progresista?
Los EEUU están atrapados en un sistema bipartidista que bloquea a los opositores al neoliberalismo. Nuestra sistema electoral presidencial fue ingeniado desde el comienzo para favorecer a los propietarios sureños de esclavos. Corrigió su representación para reflejar una población esclava sin derecho de sufragio, pero la incorporó y la contó en la representación en el Congreso del Sur y en las elecciones presidenciales a través del colegio electoral.
No puedo entrar aquí en los detalles, pero el modo en que el sistema bipartidista ha fraguado bloquea a un tercer partido capaz de ganar el control de los comités del Congreso –que son claves— y de otros instrumentos esenciales de gobierno. Por eso consideró Bernie Sanders necesario presentarse como Demócrata, aun a pesar de que el aparato del Partido Demócrata esté firmemente controlado por sus principales contribuidores de campaña, las grandes empresas y Wal Street.
Así como la UE es irreformable sin cambiar los tratados de Maastricht y Lisboa, así también el sistema político de los EEUU parece irreformable. En manos de neoliberales, favorece a Wall Street frente al trabajo y favorece al poder de la gran empresa frente a la protección medioambiental, la sanidad pública y la recuperación económica.
La semana pasada, por ejemplo, el Comité Nacional Demócrata rechazó la petición de Bernie Sanders de que la plataforma electoral para las elecciones de este año se opusiera al TPP y al TTIP. Esos tratados comerciales han sido con razón llamados “NAFTA con esteroides”. Aunque Hillary inicialmente les daba apoyo, está ahora haciendo una finta de izquierda en pretendida oposición a ellos. Pero no permite que eso conste por escrito en la plataforma electoral, aun cuando no sea ésta sino de “un pedazo de papel”, como ha dejado dicho Jane Sanders.
Eso permite a Donald Trump denunciar a los Demócratas como favorecedores de la gran empresa frente a los trabajadores. Lo coloca en la misma posición que Nigel Farage en Gran Bretaña o Marine Le Pen en Francia o los nacionalistas en Austria y en Hungría.
Y coloca a los Demócratas en el mismo lado neoliberal, anti-trabajo y ant-regulatorio de la ecuación política en el que están también los socialistas franceses y sus equivalentes derechistas en otros países. Lorrie Wallach y Paul Craig Roberts, entre otros, están aquí haciendo campaña contra el TPP y el TTIP, pero sólo el señor Trump parece capaz de jugar esta carta política clave.
El gran problema político de nuestro tiempo es cómo crear una alternativa al neoliberalismo, al TPP y al TTIP, una alternativa pro-trabajo y pro-medioambiental. ¿Por qué no puede Norteamérica crear un partido con capacidad realistamente estimada de fijar desde le gobierno políticas públicas en ese sentido? Muchos miembros del Partido Verde bucan eso ahora. Pero el sistema bipartidista estadounidense los margina.
Aun cuando el partido socialista y otros terceros partidos lograron hace un siglo influir en el Partido Demócrata, la campaña de Sanders muestra cuán magras son hoy las posibilidades de hacerlo. Los donantes empresariales de Clinton han apretado las tuercas al aparato del partido. Han secuestrado la retórica y las consignas de la Era Progresista pata vestir con ellas las políticas neoliberales derechistas.
Así, pues, en resolución, hay dos problemas para oponerse a la austeridad y a la deflación por deuda. El primero es que el sistema electoral estadounidense previene la alternativa.
El segundo es que los antiguos partidos de izquierda se han anquilosado y han renegado de sus orígenes pro-trabajo para pasar a apoyar el thatcherismo, la privatización, los presupuestos equilibrados y la austeridad pro-bancos. Rechazando a Marx, se han apuntado a la Nueva Guerra Fría.
Hay otra economía europea posible. Pero no puede construirse sobre sus actuales fundamentos. Es necesario romper la eurozona para reconstruir una Europa pro-trabajo.