La importancia de los grandes depredadores

Lun, 08/22/2016 - 14:14 -- brenmz
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Pocas especies han enfrentado un odio tan cruento por parte de los humanos como los grandes depredadores del planeta. Considerados por muchas personas como plagas, catalogados reiteradamente como peligrosos, se les ha atacado con armas de fuego y lanzas, se les ha envenenado y “multado” y se les ha exterminado a largo y ancho de sus hábitats. Aún en aquellas regiones donde se han protegido vastas extensiones de hábitat, con frecuencia los grandes depredadores son los únicos elementos que hacen falta en el sistema.

 

Sin embargo, las investigaciones realizadas durante las últimas décadas están demostrando la importancia vital que tienen los grandes depredadores en los ecosistemas. Desde hace tiempo los biólogos saben que los depredadores controlan las poblaciones de los animales que les sirven de presas, pero estudios recientes revelan que su aporte es mucho mayor. Desde el control de depredadores más pequeños hasta la protección contra la erosión de bancos ribereños y la generación de zonas de concentración de nutrientes, parece ser que los grandes depredadores son indispensables para el funcionamiento de un ecosistema.

No es fácil ser un gran depredador

 

Los grandes depredadores (también conocidos como superpredadores) se encuentran en la cima de la cadena alimenticia de los ecosistemas. Los lobos en Alaska, los tigres en Siberia, los leones en Kenia y los tiburones blancos en el Pacífico, son todos ejemplos de superpredadores. Algunos de ellos fueron introducidos por los humanos, como los dingos en Australia, mientras que otros han irrumpido después de que los humanos extirparan a los grandes depredadores nativos, como el caso de los coyotes en Estados Unidos, tras la desaparición de los lobos y los pumas. De cualquier modo, la extensión y las poblaciones de los grandes depredadores han sido modificadas drásticamente a medida que los humanos han ido tomando el control del planeta.

 

Las evidencias genéticas muestran que, antes de la llegada de los europeos, en la porción continental de Estados Unidos existían cerca de 200 mil lobos; hoy quedan menos de 5 mil. A pesar de un esfuerzo de varios años que ha costado millones de dólares, actualmente los lobos están presentes en sólo el 5% de su área de distribución histórica en ese país. Los glotones, aunque principalmente carroñeros, también son grandes cazadores por derecho propio, e incluso se les ha observado intimidando a lobos y pumas. Pero en EE.UU. les ha ido peor que a los lobos. A pesar de que se estima que solo quedan 500 glotones en la porción continental de aquel país, el gobierno de Bush les negó cualquier clase de cobertura bajo el Acta de Especies En Peligro (Endangered Species Act), con el argumento de que los glotones aún son muy abundantes en Canadá, por lo que, en esencia, este depredador no era digno de protección.

 

Los tigres, que son los felinos más grandes del mundo, están amenazados a lo largo y ancho de su área de distribución. Estos animales están al borde de la extinción no obstante ser uno de los animales más reconocidos y apreciados del mundo. La especie se clasifica en Peligro de Extinción según la Lista Roja de la IUCN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza), en tanto que dos de las seis subespecies que sobreviven se consideran en Peligro Crítico. Pocos organismos han recibido tanto financiamiento y atención para su conservación como los tigres y a pesar de ello estos grandes gatos se alejan cada vez más de una posible recuperación. Estudios recientes reportan disminuciones en las poblaciones de tigres de India y Rusia, consideradas como los enclaves más importantes para la conservación de la especie.

 

Los superpredadores, como los leones africanos, generan millones de dólares gracias al turismo y aún así enfrentan una multitud de problemas. La pérdida de hábitat, el envenenamiento y la matanza con lanzas y armas de fuego han arrasado con las poblaciones de la especie. Reportes recientes sostienen que en veinte años podrían desaparecer incluso de sus mejores hábitats, como los pastizales de Kenia, si no se toman medidas al respecto.

 

Es erróneo suponer que éstas especies son, de alguna forma, inmunes a la extinción: tres subespecies de tigre (las de Java, Bali y el Caspio), dos subespecies de lobo (ambas de Japón), una subespecie de león (barbario) y el tilacino, alguna vez el máximo depredador de Australia, todas desaparecieron durante el siglo veinte. La década pasada fue testigo de la pérdida del baiji, un delfín de río que era el superpredador de las aguas del Río Yangtze en China.

Otros grandes depredadores se tambalean hacia la extinción: el tigre indochino, los leopardos de Amur, Arabia y Java y el guepardo asiático podrían desaparecer durante el presente siglo. En algunas partes del mundo, las poblaciones de los grandes mamíferos carnívoros se han desplomado de forma impresionante hasta en un 95-99 por ciento.

 

Los superpredadores no sólo se están desvaneciendo de la tierra. En los océanos, muchas poblaciones de tiburones han sido diezmadas. La sobreexplotación pesquera, ya sea para la captura de todo el animal o por la búsqueda de su aleta (los pescadores cortan la aleta del tiburón para después arrojar el cuerpo del animal de regreso al agua, donde perece rápidamente) está cobrando su cuota en algunas especies de escualos. Un estudio de 2006 encontró que se sacrifican hasta 73 millones de tiburones al año, únicamente para la comercialización de su aleta para satisfacer la demanda de una delicadeza asiática: la sopa de aleta de tiburón. La primera evaluación global de tiburones y mantarrayas encontró que casi una de cada tres especies está bajo amenaza de extinción, una proporción mayor que la de los anfibios, de los cuales se dice se encuentran en medio de una crisis de extinción. Las poblaciones de algunas especies de tiburones han disminuido hasta en un 90 por ciento en unas cuantas décadas.

 

En una época en la que los superpredadores están desapareciendo del mundo entero, tres artículos científicos recientes revelan una nueva faceta de los grandes depredadores. Estos trabajos demuestran que, debajo de su imagen peligrosa y feroz, en realidad los grandes carnívoros protegen muchos aspectos de los ecosistemas que habitan y nos alertan sobre el grave detrimento ecológico que significaría su desaparición.

 

‘El enemigo de mis enemigos es mi amigo’

 

Durante mucho tiempo se ha reconocido que los grandes depredadores afectan y controlan las poblaciones de sus presas (por ejemplo, los lobos sobre los wapitíes, los leones sobre las cebras, los tigres sobre los ciervos), pero estudios recientes han demostrado que los superpredadores también inciden sobre las especies de carnívoros que se encuentran justo por debajo de ellos en la cadena alimenticia, conocidos con el término de “mesodepredadores”. Los coyotes de Norteamérica, las hienas de África, los ocelotes y jaguarundis de Sudamérica y las comadrejas de Europa, son ejemplos de mesodepredadores.

Un artículo reciente publicado en la revista Ecology Letters titulado “Interacciones entre depredadores, la liberación de mesodepredadores y la conservación de la biodiversidad” reseña 94 estudios relacionados con los súper y los meso predadores, revelando cuán grande es el impacto de aquéllos sobre las especies que encuentran por debajo de ellos.

 

El artículo define a los mesodepredadores como “cazadores generalistas y versátiles, con la capacidad para alcanzar altas densidades poblacionales y para causar grandes impactos sobre una amplia gama de especies de presas”. Sin embargo, en ocasiones la situación se torna mucho más complicada. Por ejemplo, en ciertas regiones de Norteamérica donde se ha exterminado a pumas y lobos, los coyotes ascienden a la cima de la cadena alimenticia, lo que los convierte en superpredadores, aunque los coyotes difícilmente tienen los mismos hábitos de caza o poseen las mismas habilidades de los grandes cazadores del continente.

 

El autor principal del artículo, Euan Ritchie, delineo para mongabay.com dos formas en la que los grandes depredadores inciden sobre los mesodepredadores: una se centra en el temor y la otra en la aversión. “Primero que nada, los superpredadores sienten aversión por los mesodepredadores (piénsese en perros y gatos), quizá porque los perciben como competencia y por lo tanto tratan activamente de localizarlos y exterminarlos, reduciendo así su abundancia general”.

 

De acuerdo al artículo, la aversión ocasiona que un gran depredador mate a un depredador más pequeño “para obtener alimento y para eliminar a un competidor ecológico”. Algunos superpredadores matarán a un mesodepredador y abandonarán el cuerpo sin comerlo.

 

Además, existen pocas cosas que los mesodepredadores teman más en el mundo que encontrarse de frente con un superpredador: algunos estudios han demostrado que el temor por sí sólo puede causar grandes cambios conductuales en los mesodepredadores.

 

“El temor puede causar que los mesodepredadores reduzcan o modifiquen sus periodos de actividad y/o los hábitats que utilizan” explica Ritchie. “Esto puede disminuir la capacidad de los mesodepredadores para encontrar alimento, reduciendo su reproducción y supervivencia, lo cual puede afectar seriamente a sus poblaciones”.

 

Al revisar los estudios de campo, el reporte encontró que una reducción de los grandes depredadores permite un incremento desproporcionado de los mesodepredadores, que en ocasiones aumentan hasta el cuádruple. En otras palabras, si una población de lobos tiene una reducción de cien animales, puede presentarse, bajo ciertas condiciones, una explosión de cuatrocientos animales en la población de coyotes. Este fenómeno ecológico, conocido por los científicos como ‘liberación del mesodepredador’, a su vez afecta a muchas otras especies.

“Cuando los grandes depredadores (por ejemplo, los dingos) son removidos de un ambiente, los mesodepredadores (por ejemplo los gatos y los zorros) pueden incrementar rápidamente su abundancia, ya que tienden a ser especies más generalistas y oportunistas, con una mayor tasa reproductiva, lo cual empuja a las especies presa hacia la extinción”, explica Ritchie y añade que “esto es particularmente cierto cuando las especies presa tienen bajas tasas reproductivas, como ocurre con muchos de los mamíferos originarios de Australia”.

 

Por ejemplo, una población de walabí rojo desapareció de Australia después de que se envenenó a los dingos nativos. Una vez que se acabaron los dingos, la zorra (una especie exótica en Australia) invadió la zona y los walabíes, que habían sobrevivido hombro con hombro con los dingos, fueron velozmente cazados hasta el exterminio. Esta especie de walabíes se encuentra catalogada como vulnerable según la Lista Roja de la IUCN.

 

En casos como este, los superpredadores de hecho ayudan a la supervivencia de ciertas especies de presas. Al mantener un control constante sobre los mesodepredadores, los grandes depredadores se convierten en protectores de las presas, especialmente de las más pequeñas. Realmente no sería excesivo nombrar a los superpredadores como ‘los guardianes de las pequeñas especies de presas’.

 

“En pocas palabras”, apunta Ritchie, “el enemigo de mis enemigos es mi amigo”. Y agrega que “aunque los grandes depredadores consumen las mismas especies de presas que los mesodepredadores, sus impactos son menores debido a la mayor extensión de sus territorios y a su menor abundancia poblacional”.

 

Aunque existe una tendencia general según la cual los superpredadores mantienen bajo control a los mesodepredadores y, por lo tanto, ayudan a varias especies presa, el estudio de la relación entre los depredadores puede ser increíblemente complejo. De acuerdo al artículo, algunos de los factores causales que deben ser considerados incluyen la disponibilidad de recursos, los tipos de hábitat y la interrelación de varios grupos de depredadores.

Para ilustrarlo, Ritchie vuelve a señalar a Australia: “tenemos el ejemplo clásico de la relación entre los dingos, las zorras y los gatos. Los dingos matan zorras y gatos. Las zorras también matan gatos. El problema surge cuando, bajo ciertas circunstancias, los dingos, al matar a las zorras, indirectamente ayudan a los gatos. Sin embargo, hasta la fecha ningún estudio ha sido capaz de esclarecer la complejidad de esta relación. No cabe duda que la misma situación es aplicable en otros grupos de depredadores, como los lobos y los coyotes con los gatos, las zorras, los mapaches, los zorrillos, etc. Recién iniciamos la exploración de la real complejidad de estas relaciones”.

 

No obstante la complejidad, Ritchie y sus colegas han encontrado una cantidad considerable de evidencia acerca del papel que los grandes predadores juegan en la regulación del sistema ecológico.

 

Los depredadores también protegen a las plantas

 

Los grandes depredadores impactan a las poblaciones de presas, a los mesodepredadores que se encuentran debajo de ellos e, indirectamente, a las presas de los mesopredadores, pero ¿qué sucede con las plantas?

 

A primera vista parecería ridículo que un superpredador pudiera afectar drásticamente la vida vegetal de un ecosistema. Sin embargo, un estudio reciente publicado en la revista Biological Conservation realizado en cinco Parques Nacionales de Estados Unidos (Olympic, Yosemite, Yellowstone, Zion y Wind Cave) mostró el grado en el que muchas plantas, y por lo tanto, los ecosistemas sanos, dependen de los grandes depredadores. Entonces éstos no únicamente serían ‘los guardianes de las presas pequeñas’, sino también tendría que reconocérseles como ‘los guardianes de la flora autóctona’.

Durante la corta historia estadounidense, los grandes depredadores, como los lobos y los pumas, fueron exterminados de sus hábitats debido a que fueron cazados, atrapados y envenenados, e incluso se establecieron campañas gubernamentales de erradicación de estas ‘plagas’. El estudio demostró que este declive —que en muchos lugares llegó a la extirpación absoluta— de los grandes depredadores tuvo un impacto drástico sobre las plantas.

 

“La eliminación de los superpredadores de un paisaje permite que los grandes herbívoros como el wapití y los venados forrajeen sin control, debido a la reducción en el riesgo de depredación y de la depredación misma”, explica a mongabay.com el Dr. Robert Beschta, primer autor del artículo. “Al paso del tiempo, el uso intensivo que hacen estos animales de las plantas puede alterar significativamente la composición de las comunidades vegetales, lo cual, a su vez, afecta a otros animales cuyos ciclos de vida dependen de la vegetación”.

 

Para ejemplificar menciona que “los wapitíes pueden incrementar ostensiblemente su presión de forrajeo sobre los álamos y los sauces en las zonas donde los lobos han sido erradicados. Si los altos niveles de forrajeo se mantienen año con año, se puede originar la extinción local de esas plantas y algunas otras”.

 

Los científicos conocen este proceso con el nombre de ‘cascada trófica’, la cual, comenta Beschta “se usa para denotar los efectos de los depredadores sobre sus presas y, a su vez, sobre las plantas”.

 

Beschta y su colaborador William J. Ripple encontraron que veinte años después de que los grandes depredadores fueran desplazados de los cinco parques nacionales, el reclutamiento de árboles (es decir, el número de arboles que sobreviven hasta una altura determinada) se desplomó hasta representar sólo el 10 por ciento de la cantidad requerida para mantener las comunidades arbóreas en su nivel histórico. El efecto fue aún más severo a los cincuenta años: los niveles de reclutamiento cayeron hasta el 1 por ciento. De acuerdo a estos investigadores, dicha tendencia eventualmente podría ocasionar la extinción local de muchas especies de árboles nativos.

 

Después de descartar otros causas potenciales, tales como el clima, los incendios, la disminución en el impacto de las tribus nativas y el uso de suelo, el estudio concluyó que estos cambios en la supervivencia de los arboles se debieron a la pérdida de los grandes depredadores.

 

“Ninguno de los otros factores analizados explicó el declive observado a largo plazo en el reclutamiento arbóreo”, describen los investigadores.

La disminución en la sobrevivencia de los árboles y la pérdida de ciertas especies vegetales debido a la pérdida de depredadores puede tener muchos impactos sobre el ecosistema, afectándolo todo, desde la erosión hasta los incendios.

 

“La rápida erosión de los suelos de las laderas montañosas o de las riberas de los ríos puede presentarse a medida que se altera paulatinamente la diversidad y la biomasa de las comunidades vegetales”, comenta Beschta. Además, “el fuego es un mecanismo importante para la regeneración de los álamos, pero cuando existen altos niveles de herbivoría el fuego acelera la remoción de los árboles grandes al tiempo que los brotes son incapaces de crecer por arriba del nivel de ramoneo de los venados o de los wapitíes”.

 

La pérdida de los grandes depredadores y el aumento en el nivel de forrajeo de los herbívoros también puede tener un gran impacto sobre los ambientes acuáticos, pudiendo incluso llegar a degradar las comunidades vegetales hasta el punto en el que “éstas ya no son capaces de mantener la estabilidad de los bancos ribereños ante los eventos en los que se presentan grandes caudales de agua” afirma Beschta. “Una vez que las comunidades vegetales ribereñas han sido degradadas, puede presentarse un ensanchamiento o erosión vertical de los cauces”.

 

Tales impactos pueden elevar las temperaturas durante el verano debido a que se reduce la profundidad de la corriente y aumenta la carga de sedimentos, destruyendo hábitats importantes para la reproducción de los peces.

 

Un estudio realizado en el Parque Nacional Zion mostró la potencia de las repercusiones ocasionadas por la pérdida de un superpredador: la abundancia de varias especies, incluyendo plantas acuáticas y terrestres, anfibios, lagartijas y mariposas, resultó ser menor en las zonas donde los pumas eran escasos en comparación con las áreas donde los pumas aún rondaban con frecuencia.

Al final, la pérdida de un depredador tope puede estar asociada con la disminución general de los servicios ecosistémicos, dado que “la diversidad de plantas autóctonas, así como la estructura y composición de las comunidades vegetales son necesarias para sustentar la cadena alimenticia, mantener los hábitats, contribuir a la formación de suelo y muchos otros servicios ecosistémicos. La clave para la manutención de estos servicios es una comunidad vegetal sana y vibrante”, aseveró Beschta.

 

Pero sin los súper depredadores el pastoreo excesivo de los grandes herbívoros “puede alterar profundamente el funcionamiento normal de las comunidades vegetales naturales”, asegura Beschta y agrega que “la herbivoría incontrolada es una ‘poderosa’ fuerza ecológica que puede tener severas consecuencias para los ecosistemas terrestres y acuáticos”.

 

Los depredadores enriquecen el ecosistema

 

Uno de los estudios recientes más sorprendente sobre depredadores muestra que éstos no sólo afectan a las especies vegetales, sino que, a través de sus actividades de caza, también crean puntos de concentración de nutrientes que mantienen los ecosistemas ricos y variados.

 

Investigadores de la Universidad Tecnológica de Michigan usaron registros de depredación de lobos sobre alces a lo largo de 50 años en el Parque Nacional Isla Royale, en el Lago Superior. Encontraron que los cadáveres de alce enriquecen el suelo con compuestos bioquímicos que crean puntos de concentración de fertilidad forestal.

 

Mediante la cuantificación de estos compuestos en los suelos de los sitios de depredación y en sitios de control, los científicos encontraron que los suelos de los sitios de matanza eran entre 100 y 600 por ciento más ricos en nitrógeno inorgánico, fósforo y potasio que los sitios de control. Además, mostraron en promedio un 38% más ácidos grasos bacterianos y fúngicos y los niveles de nitrógeno en el follaje fueron entre 25 y 47% más elevados que en los sitios de control.

Este estudio reveló una inesperada asociación entre el comportamiento de caza de un gran depredador, el lobo, con los puntos de concentración bioquímica en el paisaje”, aseveró Joseph Bump, profesor asociado de la Escuela de Recursos Forestales y Ciencias Ambientales de la Universidad Tecnológica de Michigan. “Esto es importante porque arroja luz sobre otra de las contribuciones que los superpredadores tienen en los ecosistemas que habitan e ilustra lo que puede protegerse o perderse cuando los depredadores son conservados o exterminados”.

Bump afirma que él y sus colegas se sorprendieron por la claridad con la que aparecieron los resultados de la bioquímica en los sitios de matanza, considerando que los lobos, con la ayuda de los carroñeros, dejan limpios hasta los huesos.

 

“Nos sorprendió el hecho que observamos fuertes efectos aún y cuando los cadáveres son tan bien aprovechados. Suponemos que los contenidos estomacales son importantes en la creación de los efectos de fertilización porque los lobos y los carroñeros no ingieren el material vegetal en descomposición ni el caldo microbiano que se encuentra en los estómagos de los alces”, relata Bump para mongabay.com.

 

Si en realidad los contenidos estomacales son la fuente primaria del flujo de nutrientes añadidos al ecosistema, entonces los cazadores humanos probablemente podrían generar un aumento similar en los nutrientes, comenta Bump. Sin embargo, agrega que existe una gran limitante a este respecto.

 

“[Los cazadores] dispersan los montones de vísceras a lo largo de diferentes lugares y en distintas épocas del año, de forma diferente a como lo hacen los lobos con sus presas”, explica Bump. “Los cúmulos de vísceras de los cazadores se concentran temporalmente durante la temporada de caza y generalmente se encuentran más cerca de los caminos”.

En otras palabras, los lobos juegan un papel importante en la distribución de los puntos de concentración de nutrientes. De acuerdo al artículo: “en contraste [con los cazadores humanos], los depredadores silvestres cazan continuamente a lo largo de zonas más amplias”.

 

“En algunas zonas del área de estudio se encontraron alces depredados por lobos en una proporción hasta 12 veces mayor en la que ocurrieron los alces que murieron por otras causas”, asegura Bump. “Esto significa que los lobos, al menos parcialmente, determinan el sitio en el que un alce cae al suelo. En algunas áreas donde aparentemente los lobos tienen un mayor éxito de cacería, se encontraron mayores depósitos de cadáveres y los cambios que observamos en el suelo estuvieron espacialmente agrupados”.

 

Al agrupar los cadáveres, los lobos crean zonas de mayor fertilidad en el suelo. Este agrupamiento no es reproducido por los cazadores humanos, ni por los atropellamientos vehiculares, ni por las muertes por inanición o cualquier otra clase de mortalidad de los alces.

 

Según el artículo, es poco probable que estos resultados sean aplicables únicamente para lobos y alces. “Es posible que los resultados obtenidos en este ecosistema boscoso se presenten dondequiera que la interrelación entre los grandes carnívoros y los ungulados se encuentre intacta. Por ejemplo, hemos observado efectos biogeoquímicos similares, tanto sobre la superficie como debajo de ella, en sitios de acumulación de cadáveres de wapitíes en el Parque Nacional Yellowstone […] En la tundra ártica, un ambiente de escasos recursos, el impacto que tiene el cadáver de un buey almizclero (Ovibos moschatus) sobre la vegetación circundante sigue siendo dramático después de 10 años, lo cual resalta que los efectos de los cadáveres pueden ser más duraderos en algunos sistemas. Es factible que se presenten dinámicas similares en los sistemas sudamericanos, africanos y asiáticos que mantienen intacta sus relaciones presa-depredador”.

 

Los autores sostienen que estas investigaciones son cruciales porque demuestran que los superpredadores aportan servicios ecosistémicos desconocidos e inesperados, lo cual, en la jerga científica se describe como “la creación de heterogeneidad ecosistémica a múltiples escalas”.

 

“Lo que importa” concluye Bump, “es que los lobos no están conectados instintivamente ni con el suelo ni con la fertilidad de un porción de tierra determinada. La identificación y descripción de estas relaciones permite contar una historia más completa de lo que ocurre cuando existen poblaciones saludables de alces y lobos en el paisaje. Si los ecólogos continúan contándonos este tipo de historias entonces sabremos qué es lo que se gana o pierde con la restauración o la desaparición de las poblaciones de lobos, respectivamente”.

¿Qué sigue?

 

A medida que los investigadores descubren más formas en las que los depredadores contribuyen al funcionamiento de los ambientes, la pregunta que surge es ¿ahora qué sigue?

 

Una respuesta relativamente reciente estriba en la reintroducción de los superpredadores en los hábitats de donde desaparecieron. Hasta la fecha los grandes depredadores han sido reintroducidos en algunas zonas selectas, siendo el ejemplo más famoso el de los lobos en Norteamérica. Pero el proceso de reintroducción de estas especies es novedoso y los investigadores son muy cautelosos para recomendarlo sin antes conocer la fotografía completa del ecosistema que les permita predecir los efectos potenciales.

 

“Necesitamos visualizar el ecosistema como un todo y no enfocarnos sobre una sola especie”, recomienda Ritchie, co-autor del artículo sobre el efecto de los superpredadores en los mesodepredadores. “Cuando interferimos con un sistema natural es inevitable que haya vencedores y vencidos. Así que antes de continuar y de cambiar las cosas, necesitamos preguntarnos el por qué estamos haciéndolo, qué esperamos lograr y cuáles serán los resultados probables. Si somos incapaces de responder estas preguntas entonces no deberíamos seguir adelante”.

 

El Parque Nacional Yellowstone ha demostrado ser un ejemplo particularmente intrigante sobre los efectos que la reintroducción de los grandes depredadores puede generar en los ecosistemas, debido a que el lobo, el mayor depredador de la región, estuvo ausente por casi 90 años.

 

El estudio de Beschta encontró que después de la desaparición de los lobos en Yellowstone, la población de álamos (Populus) disminuyó rápidamente debido a la intensificación del ramoneo por parte de las manadas de wapitíes. Durante este tiempo, se iniciaron programas de extracción de wapitíes para controlar el sobre-ramoneo en Yellowstone y otros parques, pero ninguno pudo replicar el efecto de un superpredador sobre las poblaciones de ungulados.

 

Eventualmente, durante 1995 y 1996, inicio un cauteloso programa de reintroducción en el Parque Nacional Yellowstone: treinta y un lobos fueron regresados a la naturaleza. La medida rápidamente fue un éxito, a pesar de estar rodeada de controversia.

 

“Con la reintroducción de los lobos en Yellowstone, el gremio de los grandes carnívoros está completo nuevamente”, atestigua Beschta. “Luego de unos cuantos años después de la reintroducción, en algunas zonas empezamos a registrar un descenso en la presión de ramoneo y un incremento en la altura de los individuos juveniles de sauces, álamos y chopos. Este resultado es sumamente estimulante porque parece ser que es la primera vez en varias décadas que estos árboles han podido crecer por arriba del nivel de ramoneo de los wapitíes, produciendo semillas para las próximas generaciones. Otras observaciones indican que están aumentando los números de castores y que los depredadores pequeños y los carroñeros podrían estar mejorando sus condiciones. En contraste, la abundancia de wapitíes y coyotes ha estado yendo a la baja”.

Un estudio reveló que la tasa de supervivencia de los berrendos juveniles se ha incrementado en un 400% en Yellowstone, lo cual es un claro ejemplo del impacto que los lobos tienen sobre los mesopredadores, en este caso sobre los coyotes.

 

“En términos generales, la reintroducción de lobos parece haber desencadenado un proceso de reestructuración del ecosistema de Yellowstone, el cual aún continúa” agrega Beschta. “Esperamos que con el transcurso del tiempo Yellowstone genere una mejor comprensión del grado en el que los grandes depredadores como los lobos han influido sobre otros ecosistemas en los terrenos nacionales del Oeste americano”.

 

Los lobos de Yellowstone son un buen ejemplo de cómo las reintroducciones de superpredadores pueden llegar a ser un completo éxito ecológico.

 

No obstante que quedan algunas interrogantes en el aire, Ritchie ve la reintroducción de los grandes depredadores como un medio para restablecer ecosistemas sanos y funcionales.

 

“En muchos casos, nuestros ambientes tan sido tan gravemente degradados por el impacto humano, que con frecuencia no hay nada que perder y mucho que ganar con la aplicación de experimentos intrépidos”, comenta Ritchie a mongabay.com. “Por ejemplo, el demonio de Tasmania es un depredador nativo de Australia cuyas poblaciones están disminuyendo en la isla de Tasmania debido una enfermedad que les provoca la aparición de tumores faciales. Hasta hace muy poco este animal ocupaba las tierras del interior del continente australiano. A partir de la teoría ecológica y de la evidencia anecdótica sabemos que esta especie es capaz de controlar las poblaciones de zorras y gatos y, por lo tanto, ayudar a otras de nuestras especies más amenazadas. Así que, ¿por qué no reintroducimos demonios a la porción continental? Quizá sean capaces de revertir parte del daño causado por las zorras y los gatos, además del beneficio adicional que representa el establecimiento en el continente de una población de demonios libre de enfermedades, que sirva de garantía para la supervivencia de la especie”.

 

Por supuesto que existen presiones políticas de ambos lados, tanto de los grupos a favor como de los que están en contra de los depredadores, que complican el problema. Muchas personas, de forma similar a los mesodepredadores, aún sienten temor y aversión ante los grandes depredadores. Uno solo tiene que echar un vistazo al reciente debate sobre la autorización de la caza de lobos en EE.UU. para darse cuenta de cuan apasionados suelen tornarse los argumentos.

 

Aunque la reintroducción de lobos en Yellowstone ha demostrado ser un éxito ecológico, en el terreno político no le ha ido tan bien. Después de años de presión de los grupos anti-lobos, este año el gobierno de Obama permitió que los estados de Wyoming y Montana iniciaran una vez más la cacería de lobos. Rápidamente fueron devastadas algunas manadas que eran bien conocidas en Yellowstone. Nadie sabe como este reciente experimento en las reintroducciones controladas por el hombre incidirá sobre los lobos sobrevivientes y, a su vez, sobre el gran ecosistema. Aún así, Ritchie sugiere que al extraer a los grandes depredadores, especialmente a los líderes de las manadas, los conflictos entre la gente y los carnívoros solo tenderán a empeorar, en lugar de mejorar.

 

“Muchos superpredadores (por ejemplo, los lobos) tienen conductas y estructuras sociales complejas, por lo que al eliminar individuos, especialmente los que son dominantes y más experimentados, podemos alterar drásticamente la forma en la que la manada se comporta”, explica Ritchie. “En el caso de los dingos, existe cierta evidencia de que su estructura social se rompe cuando se matan individuos… En algunos casos, los dingos parecen depredar más ganado en las zonas donde son perseguidos que en las áreas donde no son molestados. Esto probablemente ocurre porque sobreviven pocos dingos viejos, los cuales en circunstancias normales entrenan a los perros jóvenes a cazar especies como los canguros. Así que al final lo único que tienes es un montón de adolescentes rudos y maleducados que se abalanzan sobre la presa más fácil, que con bastante frecuencia son los becerros de las vacas”.

 

Actualmente, Australia está considerando la reintroducción de dingos en algunas zonas para echarles una mano a los sobre-depredados mamíferos nativos. Una investigación reciente también ha sugerido que la reintroducción de lobos en las tierras altas de Escocia, ausentes desde mediados del siglo XVI, podría ayudar al regreso del follaje natural, el cual hoy en día es sobre-ramoneado por los ciervos. Tales esquemas de reintroducción enfrentan muchas dificultades políticas; a final de cuentas no es la ciencia sino la política lo que determina el rumbo a seguir.

 

Tal como lo afirma Beschta: “la principal conclusión de nuestras investigaciones es que la pérdida de los grandes depredadores ha sido increíblemente importante. Lo que sigue a partir de aquí estriba en el uso que la sociedad le dé a esta ‘nueva’ información”.

 

Referencias:
Euan G. Ritchie and Christopher N. Johnson. Predator interactions, mesopredator release and biodiversity conservation (Interacciones entre depredadores, liberación de mesodepredadores y conservación de la biodiversidad). Ecology Letters. Volume 12, Issue 9.

 

Beschta, R.L. and W.J. Ripple. Large predators and trophic cascades in terrestrial ecosystems on the western United States (Los grandes depredadores y las cascadas tróficas en los ecosistemas terrestres del Oeste de Estados Unidos). Biological Conservation.

 

Bump, J.K., Peterson, R.O., & Vucetich, J.A. 2009. Wolves modulate soil nutrient heterogeneity and foliar nitrogen by configuring the distribution of ungulate carcasses (Los lobos modulan la heterogeneidad de los nutrientes del suelo y el nitrógeno foliar al configurar la distribución de los cadáveres de ungulados). Ecology. Vol 90, Issue 11.

 

Tema de investigación: 
Desarrollo y medio ambiente